Jorge Bucay y sus obras
- D.A.M
- 23 de out. de 2015
- 7 min de leitura
La Vida de Jorge Bucay

Jorge Bucay es un psicodramatista, terapeuta gestáltico y escritor argentino. Nació en Buenos Aires en 1949, en un a familia modesta del barrio de Floresta. Se graduó como médico en 1973, en la Universidad de Buenos Aires, y se especializó en enfermedades mentales en el servicio de interconsulta del hospital Pirovano de Buenos Aires y en la clínica Santa Mónica.
Ha trabajado desde los trece años. En su camino de vida ha sido vendedor ambulante de calcetines, de libros, de ropa deportiva, agente de seguros, taxista, payaso, almacenero, educador, actor, médico de guardia, animador de fiestas infantiles, psiquiatra, coordinador de grupos, colaborador de radio, conductor de televisión, y psicoterapeuta de parejas y adultos.
Actualmente, su tarea como ayudador profesional, como él se define, se divide entre sus conferencias de docencia terapéutica, que dicta desde hace varios años viajando por el mundo, y la difusión de sus libros, herramientas terapéuticas según el autor. Autor de Cartas para Claudia, Déjame que te cuente, Cuentos para pensar, Amarse con los ojos abiertos, 20 pasos hacia adelante y El candidato.
Es autor también de cuatro libros que constituyen la serie Hojas de Ruta: El camino de la auto-dependencia, El camino del encuentro, El camino de las lágrimas y El camino de la felicidad. Sus obras se han convertido en bestsellers en México, Uruguay, Chile, Costa Rica, Venezuela, Puerto Rico y España, y han sido traducidas a diecisiete idiomas.
OBRAS DE ESTE AUTOR




:: 20 pasos hacia adelante de
:: 26 Cuentos Para Pensar

:: Amarse Con Los Ojos Abiertos
:: Aprender a decir basta
:: Aprender a vivir mejor
:: Cartas Para Claudia
:: Cuentos para pensar
:: De La Autoestima Al Egoismo
:: De la autoestima al egoísmo corregido
:: Dejame Que Te Cuente
:: Dejame que te cuente un cuento
:: Dos números menos
:: El buscador
:: El Camino De La Autodependencia
:: El Camino De La Felicidad
:: El Camino De Las Lagrimas

:: El Camino Del Encuentro
:: El Juego De Los Cuentos
:: El plantador de dátiles
:: GALAHAD
:: Hojas de Ruta
:: La Ayuda Y El Hecho Solidario
:: La Teta O La Leche
:: La Tristeza Y La Furia
:: Las alas son para volar
:: Las Apariencias Engañan
:: Mente Sana - Ser Feliz en Pareja
:: Nos Ayuda A Pensar
:: Que Terapia Es Esta
:: Recuentos Para Demian
:: Relajación y Autoestima
:: Seguir sin ti
:: Sin Nombre Citado
:: Varios Cuentos
Tiempo Vivido

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador.
Un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien que, necesariamente sabe qué es lo que está buscando, es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. El había aprendido a hacer caso riguroso a estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió.
Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó, a lo lejos, Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención.
Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores; la rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada.
Una portezuela de bronce lo invita a entrar. De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, y quizás por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción…
Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida.
Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla, decía: Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas.
El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba. Una por una, empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.
Pero lo que lo conectó con el espanto, fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los 11 años… Embargado por un dolor terrible se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio, pasaba por ahí y se acercó. Lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
– No, ningún familiar dijo el buscador. – ¿Qué pasa con este pueblo? – ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? – ¿Porqué tantos niños muertos enterrados en este lugar? – ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente? – ¿Qué los ha obligado a construir un cementerio de chicos?
El anciano se sonrió y dijo:
– Puede Ud. serenarse. – No hay tal maldición. – Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. – Le contaré.
Cuando un joven cumple quince años sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí, colgando del cuello. Y es tradición entre nosotros que a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:
A la izquierda, qué fue lo disfrutado y a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo. Conoció a su novia, y se enamoró de ella.
¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana?, ¿Dos?, ¿Tres semanas y media?
Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso
¿Cuánto duró? ¿el minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? ¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? ¿Y el casamiento de los amigos? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones? ¿Horas?, ¿Días?
Así vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos cada momento.
Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre, abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba, porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.

El Río Perdido
Cuando yo tenía ocho años, encontré el Río Perdido. Nadie sabía dónde estaba, nadie en mi condado podía decirme cómo llegar, pero todos hablaban de él. Cuando llegué por primera vez al Río Perdido, me di cuanta rápidamente que estaba allí.
Uno se da cuanta cuando llega. ¡Era el lugar más hermoso que jamás vi, había árboles que caían sobre el río y algunos peces enormes navegando en las aguas transparentes! Así que me saqué la ropa y me tiré al río y nadé entre los peces y sentí el brillo del sol en el agua, y sentí que estaba en el paraíso. Después de pasar toda la tarde ahí, me fui marcando el camino hasta llegar a mi casa y allí le dije a mi padre: -Papá, encontré el Río Perdido. Mi papá me miro y rápidamente se dio cuanta de que no le mentía. Entonces me acarició la cabeza y me dijo: -Yo tenía más o menos tu edad cuando lo vi por primera vez. Nunca pude volver. Y yo le dije: -No, no… Pero yo marqué el camino, dejé huellas y corté ramas, así que podremos volver juntos.
Al día siguiente, cuando quise volver, no pude encontrar las marcas que había hecho, y el río se volvió perdido también para mí. Entonces me quedó el recuerdo y la sensación de que tenía que buscarlo una vez más.
Dos años después, una tarde de otoño, fuimos a la dirección de guardaparques del condado porque mi papá necesitaba trabajo. Bajamos a un sótano, y mientras papá esperaba en una fila para ser entrevistado, vi que en una pared había un mapa enorme que reproducía cada lugar del condado: cada montaña, cada río, cada accidente geográfico estaba ahí. Así que me acerqué con mis hermanos, que eran menores, para tratar de encontrar el Río Perdido y mostrárselo a ellos. Buscamos y buscamos pero sin éxito. Entonces se acercó un guardaparque grandote, con bigotes, que me dijo: -¿Qué estas buscando hijo? -Buscamos el Río Perdido- dije yo, esperando su ayuda. Pero el hombre respondió: -No existe ese lugar. -¿Cómo que no existe? Yo nadé ahí. Entonces él me dijo: -Nadaste en el Río Rojo. Y yo le dije: -Nadé en los dos, y sé la diferencia. Pero él insistió: -Ese lugar no existe. En eso regresó mi papá, le tiré del pantalón y le dije: -Decile, papá, decile que existe el Río Perdido. Y entonces el señor de uniforme dijo: Mirá niño, este país depende de que los mapas sean fieles a la realidad. Cualquier cosa que existiera y no estuviera aquí en el mapa del servicio oficial de guardaparques de los Estados Unidos sería una amenaza contra la seguridad del país. Así que si en este mapa dice que el Río Perdido no existe, el Río Perdido no existe. Yo seguí tirando de la manga de mi papá y le dije: -Papá, decile… Mi papá necesitaba el trabajo, así que bajó la cabeza y dijo: -No-hijo, él es el experto, si él dice que no existe… Y ese día aprendí algo: Cuidado con los expertos. Si nadaste en un lugar, si mojaste tu cuerpo en un río, si te bañaste de sol en una orilla, no dejes que los expertos te convenzan de que no existe. Confía más en tus sensaciones que en los expertos, porque los expertos son gente que pocas veces se mojan.

Cartas para Claudia
El Elefante Encadenado
Consejos para ser Feliz
Audiolibro - Cuentos para Pensar
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